SÁBADO 15/03
BILBAO – MADRID – CASABLANCA
Klemen, nuestro fiel chófer, nos acompaña al aeropuerto de Loiu. Pasamos nerviosos pero con éxito el primer trámite: Iberia no nos cobra las bicicletas, bravo por ellos. Antes de darnos cuenta, estamos ya en Barajas, donde un retraso en la salida alarga la espera. Ya en el aire, el vuelo pasa rápido pero, al bajar en Casablanca, comienza la aventura, pues sólo llega una de las bicicletas. Tenemos que hacer una reclamación y nos confirman que la bici, como otro tanto equipaje, se ha quedado en Madrid (no cabía todo en las bodegas del avión), pero que llegará mañana en el vuelo de las 9:30. Nos recomienda coger el tren en el mismo aeropuerto y una habitación en alguno de los hoteles cercanos a la estación.
Así pues, con nuestra única caja y las alforjas, nos dirigimos a la estación de tren, efectivamente en el mismo aeropuerto. Llegados a Ain Sebaa, la gente nos informa de que debemos hacer un trasbordo que implica cambio de andén. Vamos dejando atrás pequeños poblados y barrios después, antes de llegar a nuestro destino, la estación de Casaport. Moverse con la caja es un suplicio, las asas han empezado a ceder y hay que llevarla casi a pulso, de forma que tenemos los antebrazos totalmente enrojecidos. ¿Lo mejor?, pues la amabilidad de los marroquíes, siempre dispuestos a echar una mano (y no al cuello, como ocurriría en casa).
Junto a la estación, nos espera el Hotel Ibis, nuevo y enorme, justo en las antípodas de nuestras preferencias, pero la proximidad manda hoy. La habitación cuesta 650 dirham, pero lo de menos es el precio. Son las siete de la tarde, comienza ya a anochecer. Estamos en pleno centro de Casablanca, repleto de hoteles de lujo, hasta el Sheraton. Es sábado por la tarde y hay gran animación en las calles. Es noche de fútbol y los cafés están repletos de hombres, vestidos en su mayor parte al modo occidental (no así las mujeres, cubiertas hasta los tobillos). Nosotros damos al fin con lo que buscábamos, un pequeño restaurante con clientela local en el que disfrutamos de un kebab (con ensalada de tomate y pepinillo, más patatas fritas) y un cous-cous que no podemos acabar. Para entendernos, recurrimos a una mezcla de castellano, inglés y francés que nos saca del apuro. Realmente es amable la gente en este país, no es extraño que nos haya enganchado.
Tras un breve paseo, para las diez estamos en la cama.
BILBAO – MADRID – CASABLANCA
Klemen, nuestro fiel chófer, nos acompaña al aeropuerto de Loiu. Pasamos nerviosos pero con éxito el primer trámite: Iberia no nos cobra las bicicletas, bravo por ellos. Antes de darnos cuenta, estamos ya en Barajas, donde un retraso en la salida alarga la espera. Ya en el aire, el vuelo pasa rápido pero, al bajar en Casablanca, comienza la aventura, pues sólo llega una de las bicicletas. Tenemos que hacer una reclamación y nos confirman que la bici, como otro tanto equipaje, se ha quedado en Madrid (no cabía todo en las bodegas del avión), pero que llegará mañana en el vuelo de las 9:30. Nos recomienda coger el tren en el mismo aeropuerto y una habitación en alguno de los hoteles cercanos a la estación.
Así pues, con nuestra única caja y las alforjas, nos dirigimos a la estación de tren, efectivamente en el mismo aeropuerto. Llegados a Ain Sebaa, la gente nos informa de que debemos hacer un trasbordo que implica cambio de andén. Vamos dejando atrás pequeños poblados y barrios después, antes de llegar a nuestro destino, la estación de Casaport. Moverse con la caja es un suplicio, las asas han empezado a ceder y hay que llevarla casi a pulso, de forma que tenemos los antebrazos totalmente enrojecidos. ¿Lo mejor?, pues la amabilidad de los marroquíes, siempre dispuestos a echar una mano (y no al cuello, como ocurriría en casa).
Junto a la estación, nos espera el Hotel Ibis, nuevo y enorme, justo en las antípodas de nuestras preferencias, pero la proximidad manda hoy. La habitación cuesta 650 dirham, pero lo de menos es el precio. Son las siete de la tarde, comienza ya a anochecer. Estamos en pleno centro de Casablanca, repleto de hoteles de lujo, hasta el Sheraton. Es sábado por la tarde y hay gran animación en las calles. Es noche de fútbol y los cafés están repletos de hombres, vestidos en su mayor parte al modo occidental (no así las mujeres, cubiertas hasta los tobillos). Nosotros damos al fin con lo que buscábamos, un pequeño restaurante con clientela local en el que disfrutamos de un kebab (con ensalada de tomate y pepinillo, más patatas fritas) y un cous-cous que no podemos acabar. Para entendernos, recurrimos a una mezcla de castellano, inglés y francés que nos saca del apuro. Realmente es amable la gente en este país, no es extraño que nos haya enganchado.
Tras un breve paseo, para las diez estamos en la cama.
DOMINGO 16/03 1ª ETAPA: CASABLANCA (Aeropuerto Mohamed V) – BEN SLIMANE (67km/4h 30min) Por la mañana, la joven de recepción hace una llamada y nos confirman que nuestra bicicleta ha llegado. En el aeropuerto, tras pasar el control de policía, nos informan de dónde hemos de recoger la bicicleta y a las 12:30 ya está en nuestras manos. Ahora se trata de buscar un sitio en el que guardar las cajas hasta la vuelta. El primero a quien pregunto es a un joven del servicio de la limpieza que me contesta que no es posible; se nos acerca después un policía (“¡ah, españoles! España y Marruecos, amigos”), lo cual aprovecho para lanzarle la indirecta de las cajas: imposible (amigos sí, pero no hasta ese punto); subo unas escaleras y meto la cabeza en el cuarto de limpieza preguntando si alguien habla inglés o castellano y hay un joven que sabe algo de inglés al que le comento nuestro problemilla y aunque al principio no logramos entendernos bien, me acompaña al fin escaleras abajo, le enseñamos las cajas y con ayuda de la mímica, las coge debajo del brazo y las guarda en el cuarto. No acepta nuestro ofrecimiento de dinero (les daremos algo a la vuelta). A las dos de la tarde estamos ya en movimiento. Preguntamos a un policía el camino hacia Ben Slimane y nos indica la autovía, dirección Setat. A la altura de Sidi Hajjaj el tráfico es intenso, es domingo y los habitantes de Casablanca abandonan la ciudad hacia los campos de los alrededores, recién segados, perfectos para el picnic. Hay numerosos coches aparcados en las cunetas, en las campas familias enteras comiendo, chiringuitos de venta de todo, algún festejo más organizado en otros lugares, los críos aprovechan el viento que a nosotros nos dificulta el avance para volar sus cometas,… es un ambiente relajado y agradable que aprovechamos también para comer un bocata (discretamente, que es de jamón). A medida que nos alejamos de estos puntos de reunión la carretera se tranquiliza, el tráfico es escaso (afortunadamente, porque no son excesivamente considerados con los cicloturistas). Nos rodea el verde de los campos de trigo, salpicado de manchas amarillas o naranjas de flores que los paisanos utilizan para hacer ramos e incluso diademas. Van pasando los kilómetros, la segunda dificultad montañosa de la jornada se deja sentir en las piernas, pero a las seis de la tarde entramos ya en Ben Slimane. Javi tiene una caída tonta que le produce una herida un poco fea en la pierna (se clava un diente de la catalina en el interior del gemelo). Nada que una buena limpieza no pueda resolver, en cualquier caso. Recorremos el pueblo de arriba abajo en busca de algún hotel. De uno, encontramos sólo el cartel pero, preguntando, nos acompañan hasta un albergue cercano, bastante cutre, donde nos piden 100 dirham por una habitación sin baño (está en la planta baja) y un lavabo atascado. Es un robo pero aceptamos, nos hacemos un rápido “toilette” y salimos a cenar, pollo asado con lentejas y arroz con salsa, todo con sabor a comino, pero que disfrutamos igualmente. Tras el menú, el reencuentro con el té marroquí, todo un placer. De vuelta en la pensión, optamos por dormir en los sacos al ver el estado de las sábanas. Un perro ladra en algún punto de la gran casa, pero el cansancio es buen compañero del sueño. |
LUNES 17/03 2ª ETAPA: BEN SLIMANE – EL KHATOUAT (82km/6h) La mañana nos saluda con un sol radiante. Desayunamos en una terraza, un café y una especie de “crepe” con mantequilla típico marroquí que nos han preparado con gran esmero en un puestecillo callejero (¡qué cómodo y acogedor es este país!). No son aún las 9 de la mañana, pero las calles bullen ya de gente, los niños van a clase ya con sus batas blancas. Cambiamos dinero. Para las nueve y media estamos ya en marcha dirección a Romani, por una buena carretera con escaso tráfico. El trazado es cómodo y los kilómetros van pasando rápidamente. En Sidi Bettache tomamos una carretera que, a través de las montañas, lleva a El-Khatouat y decidimos aventurarnos por ella. Según el cartel, nos separan 50km y nos han dicho que la carretera está asfaltada. Es poco más de la una, así que calculamos que llegaremos a nuestro destino para las cinco de la tarde, más o menos. El camino se hace duro, es un trazado rompe piernas que hacemos más llevadero parando a hacer alguna que otra foto. En una rotonda sin señalización nos confirman que nuestra carretera, como era de esperar, es la que va para arriba. Estamos cansados y el pueblo que buscamos no acaba de aparecer. Un paisano nos dice que El-Khatouat es lo que vemos, una casa forestal y un antiguo albergue que asoma un poco más arriba, en el alto de la colina, no hay más que rascar. Tenemos tienda, así que el mayor problema que nos queda por resolver es el del agua. Pero estamos en Marruecos y hasta a este recóndito paraje llega la gente, en autobús esta vez. El chófer dice que arriba, en el albergue, podemos conseguir agua y por una pista llegamos hasta lo que en su día debió ser un albergue, pero que hoy no es más que un edificio totalmente abandonado. Junto a él está aparcado el bus y el conductor nos da agua de un depósito que lleva en el maletero. Nos ha costado llegar hasta aquí, pero las vistas son increíbles, estamos en uno de los puntos más elevados de toda esta zona. Mientras montamos la tienda se acercan el conductor con su hijo de 4 ó 5 años que hace casi tantos que no ha visto el agua, y un señor con chilaba, su padre. Nos traen una bandeja con té, pan y mantequilla, de nuevo nos reencontramos con la hospitalidad marroquí. El padre-abuelo vive aquí, en una casa a escasos metros del albergue. Les invitamos a turrón del duro, es lo poco que tenemos para ofrecer y aunque uno se queja de las muelas, el otro lo come con ganas. Charlamos con ellos como podemos, nos enseñan a contar hasta diez en árabe y nos explican algo sobre este albergue que tan sólo llegamos a medio entender. Parece ser que tenían grandes planes para un turismo de cierto nivel que nunca se llegaron a cumplir, pues sí que es cierto que queda un poco lejos de todo y aunque a algunos eso nos importe demasiado, para la clientela potencial de este lugar sí que suponía un problema. Tras las despedidas, cenamos y antes de las nueve ya estamos en el saco. MARTES 18/03 3ª ETAPA: EL KHATOUAT – cruce hacia MOULAY BOUAZZA (70km/5h 10min) Luce el sol por la mañana, aunque la niebla está metida en el fondo del valle. Cuando iniciamos los preparativos para el desayuno, se nos acerca una mujer con una bandeja bien surtida de pan, mantequilla y una jarra de café con leche. A cambio, agradecidos, le dejamos en la misma bandeja mi camiseta de “mugalari” y una gorra para el crío. La noche pasada en este lugar nos recuerda que, a veces, hay que dar paso a la improvisación y dejarse sorprender por la hospitalidad de este país, que nunca defrauda (¿o quizás sea el efecto de la herradura que encontré ayer y que cuelga en mis alforjas?). Descendemos con temperatura fresca, desandando los pocos kilómetros hasta el cruce, tomando ahora dirección derecha, hacia Ez-Zhiliga, a donde llegamos ya hambrientos. Con el hambre saciada, intentamos obtener información sobre la carretera de montaña que cruza hasta Oulmes y aunque nos cuesta comunicarnos, sí que entendemos que nos recomiendan ir por Rommani, puesto que la montaña es muy dura. Nosotros mantenemos el plan previsto, nos aprovisionamos y abandonamos el pueblo por la carretera de Moulay Bouazza. Descendemos un bonito puerto hasta el fondo del valle por el que discurre un arroyo semiseco. Aprovechamos un pocico para lavarnos la cabeza y con la ducha llena, iniciamos la búsqueda de un lugar en el que acampar. A lo lejos, se insinúa un puerto que va ascendiendo a media ladera y que, con toda seguridad, será nuestro redesayuno mañana. Colocamos la tienda, nos duchamos y cenamos. Al ir a fregar los cacharros, me encuentro con un paisano que nos visita tras el nescafé. Acepta gustoso las galletas que le ofrecemos y a cambio, aprendemos algo más de árabe: “gámbara” (luna) y los números del 10 al 100, pero no conseguimos hacerle entender que queremos saber cómo se dice “gracias”. El idioma se antoja fundamental, es grande la incomunicación. Pretende invitarnos a cenar a su “haima”, le respondemos que estamos “tré fatigué” y acepta las disculpas. Aún así, insiste en que mañana nos traerá el desayuno. |