VIERNES 26/07
10ª ETAPA: MEDAS – OPORTO
(36 km/2h)
Tenemos unos 30 kilómetros hasta Oporto; a medida que nos acercamos, aumentan los coches y con ellos, nuestros nervios. Nos indican que tenemos que coger dirección al hospital de San Joao, así que no hay más remedio que meterse en la circunvalación (“cintura”, para ellos). El “paseo” nos confirma que en Portugal, arcén y asfalto se creen que son grupos de rock. Tras dejar el hospital a mano izquierda, seguimos avanzando, pasamos un viaducto, giramos a la izquierda y al fin encontramos la señal de Camping Prelada y, por supuesto, el camping propiamente dicho.
La primera impresión es de abandono, aunque unos inmensos árboles de increíble porte le dan gran encanto. Aún no lo sabemos, pero esto es el preludio de una ciudad grandiosa y decadente. Ayudados por un mapa nos llegamos al centro, donde nos encontramos con una ciudad de esplendoroso pasado pero decadente presente, con casas e iglesias forradas en mosaico y calles empedradas. Bajo el sol de la tarde, parece que un terremoto ha sacudido la ciudad, invadida por las obras del metro. Es impresionante la belleza de sus iglesias que culminan empinadas calles. Los comercios tienen un encanto especial, todo es antiguo. La globalización acecha pero aún no está presente y la ciudad mantiene una fuerte personalidad propia. La ropa colgada de los balcones colorea las fachadas y hasta las viejas tejavanas dan un toque especial a la decadencia. Es como si todo formara parte de un rancio y acogedor paisaje que hace de esta ciudad patrimonio de la humanidad, un lugar irrepetible e inolvidable. Sólo conociendo Oporto es posible imaginarse a Saramago escribiendo su “Ensayo sobre la ceguera”, sentado en las butacas de cuero repujado del Majestic, invadido por la luz de tantos años atrás de historia que han forjado la ciudad. Oporto te atrapa en cada rincón. Ni en nuestros mejores sueños hubiésemos imaginado una ciudad así.
10ª ETAPA: MEDAS – OPORTO
(36 km/2h)
Tenemos unos 30 kilómetros hasta Oporto; a medida que nos acercamos, aumentan los coches y con ellos, nuestros nervios. Nos indican que tenemos que coger dirección al hospital de San Joao, así que no hay más remedio que meterse en la circunvalación (“cintura”, para ellos). El “paseo” nos confirma que en Portugal, arcén y asfalto se creen que son grupos de rock. Tras dejar el hospital a mano izquierda, seguimos avanzando, pasamos un viaducto, giramos a la izquierda y al fin encontramos la señal de Camping Prelada y, por supuesto, el camping propiamente dicho.
La primera impresión es de abandono, aunque unos inmensos árboles de increíble porte le dan gran encanto. Aún no lo sabemos, pero esto es el preludio de una ciudad grandiosa y decadente. Ayudados por un mapa nos llegamos al centro, donde nos encontramos con una ciudad de esplendoroso pasado pero decadente presente, con casas e iglesias forradas en mosaico y calles empedradas. Bajo el sol de la tarde, parece que un terremoto ha sacudido la ciudad, invadida por las obras del metro. Es impresionante la belleza de sus iglesias que culminan empinadas calles. Los comercios tienen un encanto especial, todo es antiguo. La globalización acecha pero aún no está presente y la ciudad mantiene una fuerte personalidad propia. La ropa colgada de los balcones colorea las fachadas y hasta las viejas tejavanas dan un toque especial a la decadencia. Es como si todo formara parte de un rancio y acogedor paisaje que hace de esta ciudad patrimonio de la humanidad, un lugar irrepetible e inolvidable. Sólo conociendo Oporto es posible imaginarse a Saramago escribiendo su “Ensayo sobre la ceguera”, sentado en las butacas de cuero repujado del Majestic, invadido por la luz de tantos años atrás de historia que han forjado la ciudad. Oporto te atrapa en cada rincón. Ni en nuestros mejores sueños hubiésemos imaginado una ciudad así.
SÁBADO 27/07 OPORTO Es el primer día en que no tenemos intención de coger la bici y parece que el tiempo sobra. Optamos por un día de playa. Para llegar a ella, tomamos dirección Matosinhos primero y Leça de Palmeira, después. Nos liamos un poco, pero llegamos. Echamos las esterillas; la gente va acudiendo a la playa, pues hoy es “séptimo de feria”, o sea, sábado. El viento aumenta su intensidad hasta hacer la estancia desagradable, así que iniciamos la retirada con la piel de gallina, hacia un chiringuito playero muy concurrido. Tras un refresco, volvemos al camping por la carretera de la costa. Nos disponemos a buscar un sitio para cenar, que hoy no hay ganas de cocinar. En la recepción nos recomiendan “O Escondidinho”, en la Rua Paisos Manuel. Ya en el centro, nos tomamos una caña en el Majestic, un café de recio abolengo, lugar de encuentro de los más grandes escritores portugueses. Es un local lleno de turistas; las butacas, de cuero repujado; los espejos, las lámparas, los camareros,... nada desentona en este café. Tras abonar el impuesto especial para el turista (400 pelas/caña), vamos hacia el cercano restaurante. “O Escondidinho” sorprende en dos sentidos: por la elegancia y por los precios de la carta. Nos decidimos por un mero y un bacalao “escondidinho”, más una ensalada. “¿Quieren un aperitivo?” Así que cae un Oporto. El vino que nos recomienda, sin de los más caros, vale 4.000, así que nos inclinamos por otro de 1.500, de la región del Alentejo. Los de la Ribera del Duero, están a 15.000. El servicio, impecable; la ensalada, en ensaladera de alpaca plateada, es de lechuga, tomate bastante malo y cebolla; el mero a la plancha está acompañado de patatitas cocidas y el bacalao, en revuelto con patatas a cuadros y cebolla. De postre, Javi se pide un hojaldre, aunque yo se lo desaconsejo (en efecto, resulta bastante flojo). El café portugués esta bueno, como todo lo breve. El Oporto, sublime, pero el tinto es un vino joven bastante flojo, a pesar de lo cual nos trincamos la botella entera que, junto a la cerveza y al Oporto, nos da un punto y medio. La factura, 80 euros, de los cuales 1 corresponde a la mantequilla que te sacan con los biscotes; los aperitivos, que pensábamos que eran invitación de la casa, a 400. Nos cobran todo, excepto el aire que respiramos (por si acaso, aguantamos la respiración). Ahora, eso sí, el camarero lo mismo le quita las espinas al mero, que te da la luz del baño. Conclusión: mucha parafernalia y poca gastronomía. Abandonamos la escena del robo y nos encaminamos hacia la ribeirinha para cruzar a la zona de las bodegas, por el Puente de Luis I. Tomamos una cerveza en un pub y de allí, a la Avda. de los Aliados, en busca del bus nocturno (el 54) que nos llevará de vuelta al camping. |
DOMINGO 28/07 OPORTO Son las 7 de la mañana y siento unas fuertes náuseas que, seguramente, algo tendrán que ver con el vino ingerido hace unas horas. Saco la cabeza de la tienda con el tiempo justo de pedir una bolsa y allá van los 40 euros de la cena. Vuelvo a dormirme y me despierto un par de horas más tarde, algo resacosa. Decidimos ir a la playa, andando esta vez. Hacemos también andando el recorrido hasta la estación de tren para controlar bien el camino para mañana, que abandonaremos Oporto. Queremos además enterarnos de si es posible coger el tren que sale a las 6:50 de la mañana, opción que nos permitiría estar en Pocinho hacia las 11:30 de la mañana. Ayer nos dijeron que, con bicicletas, sólo podemos montar en el de las 8:55 hasta Peso da Regua, donde deberíamos esperar hasta las 5 de la tarde para coger otro que nos llevaría a Pocinho. Debemos hablar con el interventor, pero eso sólo es posible en el momento de la salida del tren. Así que, mañana, a madrugar y a encomendarse al patrón de los cicloturistas. |